18/11/11

Pasión por la lectura

Cuando era pequeña, me encantaba ver los pitufos en la tele, y el que más me gustaba, era Papa Pitufo, con us libro de fórmulas mágicas. Nunca conseguí un libro de magia, lo más parecido que pude encontrar fue un libro de cocina, y el primer libro que me enseñó a cocinar, fue el Crandon de mi madre.

El Crandon es en Uruguay, lo que "1080 Recetas de Cocina" de Simone Ortega es a la cocina española: ese libro con el que incontables mujeres (y hombres) han aprendido a deleitar vista y paladar. Siempre quise tener mi propio ejemplar, porque el de mi madre fue un regalo que le hizo mi padre cuando se casaron (para que no le matara de hambre, presumo, aunque él también cocina muy rico).

Con todo, mi edición no me gusta tanto, porque le falta ese desgaste en las páginas, las manchas fruto de incontables intentos a la receta, el olor del papel y ese tipo de cosas que hacen especial un libro. Aun así, mi Crandon tiene su magia, porque es el precursor de lo que poco a poco y con los años, se ha transformado en mi biblioteca gastronómica con más recetas de las que cocinaré en mi vida, aunque me gusta tenerlos para aprender, inspirarme y deleitarme en el arte de tanta gente que hace obras efímeras.

Hoy en día, en un mundo de muchachas de 90-60-90, muchas veces la repostería parece ser el enemigo número del género femenino. Yo misma tuve una época de dieta hiper estricta. Pero aunque aprendí a comer por la necesidad de mantener mis funciones vitales (como aquel que dice), me di cuenta de que me faltaba el aporte alegre y reconfortante que solo un buen pastel o una buena galleta o una buena pieza de repostería puede aportar, y porque otra de las cosas que me parecen más geniales, es poder hacer una pieza para cada persona, y recibir a cambio la sonrisa de alguien que sabe que has puesto tu cariño en ese pequeño obsequio que le has hecho.

Para seguir aprendiendo ^^